2/7/09

BALTASAR PORCEL, EL ETERNO FABULADOR VITALISTA


Les complicaciones sufridas en un largo proceso canceroso terminaron ayer con la vida del escritor y periodista Baltasar Porcel (Andratx 1937). Crítico y autocrítico, sincero, valiente, escéptico y enamorado de la vida, heredero y renovador de la tradición cultural mediterránea y militante acérrimo de la literatura en catalán, Porcel ha sido una personalidad tan rica y compleja que ha despertado odios y admiraciones a partes iguales tanto en Catalunya como en España.
Nacido en un ambiente marinero y campesino, abrió los ojos al mundo cuando marchó a estudiar Comercio a Palma. A los diecisiete años entró a trabajar en una imprenta y pronto comenzó a colaborar en el diario de Mallorca y con Camilo José Cela en los célebres ‘Papeles de Son Armadans’. Cuando en 1960 se trasladó a vivir a Barcelona su vocación literaria estaba más que definida, la cuestión era como encarrilarla en una época llena de dificultades de todo tipo. Joan Triadú lo introdujo en ciertos ambientes culturales y el mundo teatral, las correcciones, los artículos en Diario de Barcelona y la dirección de una colección de guías turísticas le permitieron dejar la empresa de muebles y comenzar su carrera en el mundo de las letras. La dirección de Destino entre 1975 y 1977 fue su primer paso en firme en el terreno periodístico, a la vez que con ‘Cavalls cap a la fosca’ (1975) se consolidó como uno de los mejores novelistas catalanes de la segunda mitad del siglo XX.
Trabajando siempre en los dos terrenos, Porcel levantó una potente y moderna obra literaria en la que sintetizó la mejor tradición del periodismo y la prosa catalanas (Eugeni Xamar, Josep Mª Planes, Josep Pla o Robert Robert), con la de la novelística de Narcís Oller a Llorenç Villalonga. Pero además, el escritor de Andratx escribió teatro, guiones, cuentos, libros de viajes, entrevistas, biografías, colaboró en radio y televisión, fue un viajero incansable y creó el Institut d’Estudis Mediterranis, convenciendo al president Pujol de la necesidad que tenía Catalunya de abrirse a sus vecinos del otro lado del mar bastante antes de las oleadas migratorias del magreb a Europa. En fin, si no fuera porqué no inventó la bicicleta uno diría que el hombre del renacimiento era él; un sabio completo al que una parte importante de su conocimiento le provenía de la observación y interpretación del mundo y de los que lo habitamos visto y vivido en directo. Esto, en un país tan pequeño como Catalunya y en un tiempo de imposturas y condicionantes políticos de todo tipo, es decir mucho; es hablar de un espíritu libre y nada maleable ni ante críticos ni exegetas, tal y como se encargó de mostrar día tras días durante años en su columna en La Vanguardia.
A pesar de que había debutado en la narrativa con Solnegre (1961), La lluna i el "Cala Llamp" (1963), Els argonautes (1968) y Difunts sota els ametllers en flor (1970), fue con la ya citada Cavalls cap a la fosca con la que se convirtió en referente de la narrativa catalana contemporánea, posición que certificó en 1986 con Les primaveres i les tardors, con la que obtuvo el premi Sant Jordi de novela.
Como persona comprometida consigo mismo y con la herencia lingüística y cultural que representa (doblemente compleja por tratarse del microcosmos balear), Baltasar Corcel tuvo muchos detractores. Incapaces de entender su peripecia vital y la del propio país al que siempre sirvió, hubo quién le acusó de españolista encubierto por su excelente relación con la monarquía, mientras que otros lo criticaron con dureza por sus años al frente del Institut d’Estudis Mediterranis, que tras su salida, fue languideciendo hasta fundirse en la nada burocrática y rancia de una administración muy corta de miras. Los políticos, que siempre buscan aduladores y mediocres que loen sus obras, no se fiaron jamás de él, y mucha gente del mundo literario lo temía por su implacable rigor y sus opiniones claras y sinceras. O quizás porqué no había leído jamás un libro suyo, claro.
La visión crítica, desencantada y escéptica de los personajes centrales de sus últimas novelas (L’emperador o l’ull del vent, Olympia a mitjanit), concentran las mejores reflexiones que, sobre el mundo de hoy, se pueden efectuar des de una óptica catalana y universal. Y el repaso vital a toda una época de Cada castell i totes les ombres (2008), su última novela escrita durante su convalecencia hospitalaria tras la extirpación del tumor, es quizás el mejor legado ideológico que nos puede dejar.
Atrás quedan premios, todos quizás, méritos, homenajes (no le gustaban nada), polémicas y pláticas. Quedémonos con la obra, con su actitud inteligente y comprometida, incluso con su peculiar sentido del humor y con su enorme talento para contar cosas en cualquier registro narrativo. Así Baltasar Porcel contribuyó a menudo a promover nombres y actitudes emergentes. Esperemos que la memoria de su obra permita que emerjan de nuevos.