A través de la razón el ser humano evalúa la mejor forma de alcanzar un
objetivo, y actúa en consecuencia para satisfacer su necesidad. Ahora que esa
facultad para obtener una lógica mental que permita formular juicios, o teorías
válidas va a la deriva, es cuando la sociedad requiere con urgencia de los
filósofos, esa gente de cuyo trabajo se sabe de su necesidad, pero que a menudo
se desconoce su sentido en la vida cotidiana. Jesús Mosterín (Bilbao 1941),
reflexionó sobre la racionalidad de cada día, diferenciando la teórica de la
práctica, y ayudando a definir que toda evidencia racional es suficiente, pero
jamás absoluta; es decir: revisable. Loable principio que debería ser de alto
valor en estos tiempos en que la razón de la cosa pública pende de un hilo. Lo
grave es que Mosterín ya no podrá iluminarnos. El filósofo falleció ayer en
Barcelona. Nos queda su razón, no la olvidemos. es la obra de arte a la que
dedicó su vida hasta que un cáncer de pulmón le abocó al momento del "ideal posible de la buena muerte",
algo mucho más razonable que la inmortalidad, según él mismo.
Antropólogo, filósofo y matemático, la obra de Jesús Mosterín abarca
la historia de la filosofía y de la
ciencia, la ética aplicada al ser humano y a los animales, la antropología, la teoría
de la cultura, la física cuántica o la biología. Tras estudiar en España,
Alemania y Estados Unidos, obtuvo la cátedra de lógica y filosofía de la
ciencia de la Universitat de Barcelona y, desde 1996, fue profesor de
investigación del Instituto de Filosofía del CSIC, miembro del Center for Philosophy of Science de Pittsburgh, de
la Academia Europea de Londres, del Instituto International de Philosophie de
París y del International Academy of Philosophy of Science.
Formado en lógica en la universidad de
Münster, Jesús Mosterín introdujo la filosofía analítica en España y la
desplegó en terrenos tan diversos como la filosofía de la ciencia, la teoría de
la racionalidad, la ética animal o la filosofía política. Sobre todo ello, y un
derivado y largo etcétera, escribió una treintena larga de libros.
Defensor de la eutanasia, comparaba la vida a una
novela que cada uno escribe. El primer capítulo (nacimiento) ya nos lo dan
redactado, nosotros debemos seguir escribiendo el relato hasta intentar llegar
al último episodio, la muerte. Sucede a menudo que algo inesperado nos
sorprende y la novela queda interrumpida. Otras veces los médicos, sacerdotes o
jueces nos usurpan el derecho a decidir el final de nuestro relato, imponen
escenas patéticas y convierten la obra de arte que debería ser nuestra vida en
un "bodrio lamentable", en palabras del propio pensador.
Este filósofo de la vida con alma de
científico llegó al último capítulo de la novela de su existencia razonando la
fórmula idónea para redactar sus últimas líneas. Consciente de que todas las
evidencias, por racionales que sean, son revisables, Jesús Mosterín escribió
hace ya dos años 'Mi cita con la parca', postrera lección sobre filosofía de la
muerte, un último capítulo distante y sin temor a las emociones siempre
engañosas; esas respecto de las que, por suerte, la razón nos protege.
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