Habría cumplido 70 años estos días si un cáncer
no se la hubiera llevado un desapacible domingo de noviembre de 1991. Intentando
escribir algo decente aquella tarde, me di cuenta de que Montserrat Roig dejaba
sin cerrar los interrogantes políticos y culturales que ella misma había
abierto y que, por entonces, eran motor de una generación que ya no se
reconocía vencida y que se disponía a luchar por la esperanza.
Foto: Pilar Aymerich |
Ahí había claves para interpretar como el mundo
de ayer en el que había nacido (El temps
de les cireres es lectura imprescindible), iba mutando hacia el de hoy
(prueben con La veu melodiosa).
"La pena es que su discurso se quedó
a mitad de la metamorfosis. A penas vivió los movimientos alternativos, y no
conoció la globalización ni internet", se lamenta Betsabé García
(Barcelona 1975), autora de Con otros
ojos (Roca), la primera biografía oficial de la Roig.
Más que de una biografía en el sentido estricto
del término, se trata de una exquisita y amena narración de no ficción, de la
crónica interpretativa de una época de la que aquella hija de la clase media
del Eixample se erigió en relatora. Ningún lector con conocimiento vivido de
los setenta y ochenta hallará detalle que chirríe. Y es que la Roig periodista,
presentadora de televisión, novelista o política fueron un todo, "del cual la novela fue el corazón alrededor
del que giraron el resto de géneros", puntualiza García. Y en cada
línea de ese todo se leía la contradicción vital entre cultura, política,
creación o dogma; claves centrales para comprender aquel tiempo de traspaso del
temor a la esperanza, de la indolencia al compromiso. La época de la que la
Roig hizo algunas interpelaciones de vértigo.
Quizás el drama real de Montserrat Roig fue el
ser tan incómoda. Escribió con voz y cuerpo de mujer y los mandarines
literarios no se lo perdonaron. Desmenuzó la miedosa clase media barcelonesa
construyendo un corpus literario sobre sus miserias durante el franquismo y el
mercado la ha castigado. Hizo periodismo con voluntad de estilo y es recordarla
por Els catalans als camps nazis por
la transversalidad política del mensaje;
nadie iba a menospreciar una denuncia del nazismo tan poderosa. "No le perdonaron el tratamiento de los temas
desde los ojos de mujer", concluye la autora del libro. Resultado de
ello. La contradicción. Su obra se lee en la enseñanza secundaria, con lo que
adquiere un cierto tono canónico, pero ha desaparecido del mercado. Una fea
situación similar a la de autores como Jaume Fuster o Joan Oliver. A este paso
el canon literario catalán será evanescente. "Es cierto que las últimas novelas no tuvieron muy buenas críticas
aquí", añade García, "pero tanto La veu melodiosa (1987) como El cant
de la joventut (1989) se tradujeron a varios idiomas, y obtuvo buenas críticas
en Holanda o Alemania". Paradojas.
Pero quizás fue esa circunstancia, más que la
muerte, la que ha apartado su obra del mercado. Seguramente hoy en día una
generación de jóvenes lectores inconformes descubriría en la obra de Roig un
discurso insurrecto y tozudo que podrían asumir como propio. Pero para ello
deberemos confiarnos a que, en las aulas de algún instituto, cuaje ese relato
crítico que abrió las puertas a una novelística capaz de interpelar a su época,
pero que no pudo prosperar: Montserrat Roig se fue demasiado pronto. Era un
domingo de cielo gris y perfil aterido, como el de su clase media novelesca. El
país que era.
Les autores del llibre |
Los años
progres
Diciembre de 1970. Montserrat Roig recibió la
noticia de que había ganado el premio Víctor Català por 'Molta roba i poc sabó...' encerrada en Montserrat junto a 250
intelectuales en protesta por el proceso de Burgos. La acción, orquestada por
miembros de la Gauche divine, dio a
conocer a gente más joven y con un nuevo modelo de compromiso político y vital.
La Assemblea d'Intel·lectuals Catalans que allí nació y a la que se vinculó,
fue un vértice sobre el que pivotó el cambio generacional. Habían llegado los
progres, el relevo. "Era en los
primeros años setenta, la catalana progre y rubia, con larga faldumenta
heredada de todas las abuelas de Günter Grass, y esa dulzura de borjas blancas
que tiene el catalán en su voz, y que no he vuelto a encontrar en ninguna otra
voz femenina. Era lo que se dice una progre", retrataba Francisco Umbral
a la Roig en 1978.
La Barcelona de los años progres destacaba por
"su catalanidad y por la voluntad de
romper los folklorismos que habían dejado en suspenso al mercado cultural
catalán ", escribe Betsabé García. Años decisivos.
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