15/10/13

Max Cahner, primer conseller de Cultura de la Genertalitat

Cuentan que Jordi Pujol decidió poner a Max Cahner al frente de cultura en su primer gobierno por dos motivos: primero por su enorme capacidad de trabajo, imprescindible en un momento en que todo estaba por hacer; y segundo por ser persona de consenso en el sector cultural, algo de lo que el propio Pujol, siempre desconfiado con creadores e intelectuales, adolece. El nombramiento no pudo ser más acertado, porque durante la primera legislatura Max Cahner se dedicó con ahínco a hacer, desde la recuperada administración, lo que llevaba largo tiempo haciendo desde la sociedad civil: recuperar y poner en marcha la infraestructura cultural catalana que había sido destruida durante la dictadura. Quizás por ello las palabras que mejor definan a este intelectual, político y editor nacido en Bad Godesberg (Renania) en 1936 y fallecido ayer en Barcelona a los 76 años tras un largo proceso degenerativo, las ha pronunciado el mismo Pujol: "era un fuera de serie".
Cahner participó en el movimiento estudiantil antifranquista ya en 1957, impulsó junto a Ramon Bastardas la nueva época de la revista 'Serra d'Or' (1959), en 1961 creó Edicions 62, que dirigió durante ocho años y fundó posteriormente Curial Edicions Catalanes (1972), donde editó el Diccionari etimològic i Complementari de la llengua Catalana y el Onomasticon Cataloniae, de Joan Coromines, y las revistas Randa, Els Marges y Recerques. Contribuyó a la promoción de la Gran Enciclopèdia Catalana y del Congrés de Cultura Catalana, promovió la campaña Català al carrer y de 1980 a 1984 fue conseller de Cultura y Medios de Comunicación de la Generalitat. De 1985 a 1987 y de 1992 a 1994 fue presidente de la Universitat Catalana d'Estiu (UCE). Albacea del legado de Joan Fuster, impulsor de la Fundació Joan Coromines y director de la Revista de Catalunya, Cahner también comisarió el proyecto del Teatre Nacional de Catalunya (TNC) y fue editor del Avui.
Por todo ello, la creu de Sant Jordi que recibió en 1996, se quedó corta, y ayer la Generalitat decidió otorgarle, a título póstumo, la medalla de d'Or.
Cuando, en 1983, Assumpta Maresma me presentó al conseller Cahner en uno de los despachos del inmueble de la calle de sant Honorat, donde se apretujaba la sede de Cultura, me causó una impresión desconcertante. Si bien era un intelectual enorme, de modales refinados, voz pausada, mirada franca y espíritu abierto, al joven impaciente que era uno entonces, le pareció que, como voz de la cultura en la administración, no estaba muy al día de lo nuevo que se cocía en las calles del país. Pero un par de años después, ya fuera del gobierno y encargado de darle carácter institucional a la Universitat Catalana d'Estiu, le demostró al entonces periodista de la joven Catalunya Ràdio que conocía bien el latido cultural contemporáneo y moderno del país, y que estaba dispuesto a impulsarlo como había echo con todas las manifestaciones de la cultura catalana desde finales de los cincuenta; a cada tiempo sus cosas. Fue él quién facilitó que los medios de comunicación y la cultura contemporánea fueran parte de la oferta de la UCE. Quizás fue entre el agobiante bochorno del liceo Renouvier de Prada de Conflent, y en mangas de camisa, cuando descubrí el carácter fuera de serie de aquel hombre de habla pausada, conocimientos sin límites y voluntad de reconstrucción cultural infinita.