Hoy en día la vieja idea nacionalista de 'fer país' ha sido absorbida por el torbellino de los tiempos, pero
hubo una época no tan lejana en que un grupo de empresarios, abogados o
menestrales, entraron en política de la mano de Jordi Pujol con esa idea.
Personas nobles la inmensa mayoría, que con el tiempo fueron adquiriendo rodaje
en los entresijos del poder y que, vistos en perspectiva, dejaron un sólido
legado sobre el que se asientan, todavía, los fundamentos políticos de la
Catalunya moderna. A algunos se los llevó por delante el President, a otros
Lluís Prenafeta. Pero hubo unos cuantos que consiguieron resistir hasta que,
hartos de ver como les habían cambiado el modelo político sin ni siquiera
consultarles, lo dejaron, eso si, educadamente. Joaquim Molins, que falleció
ayer en Barcelona a los 72 años tras una larga y dura enfermedad, fue uno de
ellos.
Licenciado en ingeniería industrial (1969) y máster en dirección de
empresas (1971), Joaquim Molins (Barcelona 1945), miembro de una conocida saga
empresarial, participó en el juego político ya en los primeros momentos de la
transición. Miembro de diversas sopas de letras del conglomerado centrista, fue
elegido diputado a Cortes en 1979 por CC-UCD; pero dos años después lo dejó
para ingresar en CDC. Diputado de nuevo en 1982 y diputado al Parlament de
Catalunya en 1984, en 1986 fue nombrado Conseller de Comerç, Consum i Turisme
en la primera mayoría absoluta de Pujol. Dos años después pasó a Conseller de
Política Territorial i Obres Públiques (1988-1993). Fue el interlocutor de la
Generalitat con el Ajuntament de Barcelona para los JJ OO.
Aunque entonces no lo veían así, hoy no son pocos los socialistas que
reconocen el mérito de la gestión de Molins, situado entre la falta de cintura
de Pujol con el consistorio y su voluntad por mejorar la ciudad y hacer unos
Juegos de primera. Al final la cosa salió correcta (subir andando una montaña
para ver los juegos olímpicos es, todavía hoy, exótico), pero si no se hizo más
no fue por su culpa. Al contrario. Y para muestra de su amor por la ciudad al
margen de siglas y políticas, un botón: el proyecto de unir los dos tranvías
por la diagonal fue suyo. Lo presentó en el 200o, cuando era jefe de la
oposición. Los socialistas de Joan Clos no lo aceptaron. Cuando Heureu lo defendió,
fueron los convergentes de Trías los que no quisieron saber nada.
Diputado a Cortes de nuevo en 1993, en 1995 substituyó a Miquel Roca como
portavoz. Fue él quién negoció el Pacto de Majéstic, el acuerdo de
gobernabilidad tras las elecciones del 96. Molins defendió siempre su gestión
en Madrid, al margen de lo que sostengan u ordenen los líderes del partido: en
2011, junto con Roca y Trías, arropó un acto en el que Duran Lleida defendió los
valores del acuerdo con el PP de Aznar.
Líder de la oposición municipal tras las elecciones de 1999, no llegó ni a
los dos años en el puesto. Las discrepancias con su secretario general, Artur
Mas, le llevaron a abandonar la política en 2001. Su idea de 'fer país' no cuadraba en la nueva
política de CDC.
Su última dedicación pública fue la de presidente del Patronato del Liceo
(2013-2016). Discreto y tenaz, dos cosas que aprendió de la política, jamás
criticó los recortes ni se lamentó por la huida de talentos. Al contrario,
trabajó con ahínco para mantener al máximo nivel posible el teatro barcelonés.
Aficionado como era a la ópera (su amigo Xavier Trías sostiene que solía cantar
por lo bajín porqué es las sabía todas), Joaquim Molins fue capaz de aunar su
pasión por el canto lírico y su amor por la ciudad. "Su única frustración", decía ayer Trías, "fue no poder llegar a ser alcalde de
Barcelona". Pero se sabe que terminó sus días oyendo música.
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