esquela publicada avui als diaris de Barcelona |
Este país vivió una revolución cultural. Sucedió entre la muerte de Franco
y el referéndum que consagró la Constitución y la transición. Ahí terminó todo:
la ilusión, la gente tomando la calle, la autogestión cultural, la fiesta
popular y las ganas de romper con un pasado decididamente asqueroso y negro, al
aceptar cambiarlo tan solo por algo ligeramente mugriento y gris. Ante tanto
acto sacro, quién necesitaba sacerdotes, se preguntó mossèn Flavià (Barcelona
1945), cura obrero que había ido a estudiar al seminario de París junto a su
amigo Manel Pousa, el Pare Manel, y vio la luz en las calles del Barrio Latino
en mayo del 68.
Esa fue su iluminación. Asiduo del Zeleste, donde se refugiaron las últimas
huestes de aquella revolución fracasada (Sisa, La Voss del Trópico, Rafael
Moll, Gato Pérez, Manel Joseph), Carles Flavià decidió cambiar a Dios por el
mundo en 1982. Y así sus amigos dejaron de acompañarle a misa de ocho en su
parroquia de Badalona antes de ir a dormir, pero siguieron a su lado hasta el
último hálito de vida. Carles Flavià murió la madrugada del domingo en
Barcelona sin cura, faltaría más, pero acompañado de sus seres más queridos.
Colgó los hábitos y "se habituó
a las mujeres, el JB y la noche", decía de él Sisa. Hizo de mánager de
la Orquestra Plateria, Sisa, Gato Pérez o Pepe Rubianes. Gestionó salas de vida
breve, como Baticano, y otras de mayor recorrido como Nitsa. "Levantarme tarde es muy importante",
sostenía, "trabajar es una desgracia
propia de pobres; aunque el neoliberalismo asqueroso nos ha hecho creer que es
una suerte y una distracción", aseguraba con razón. Y con afirmaciones
tan revolucionarias no podía hacer otra cosa que acabar en el teatro, claro.
Tras publicar una suerte de biografía de Rubianes, Rubianes, payaso! (1996), con 50 años dio un nuevo giro a su vida y
se subió a los escenarios. Debutó en la desaparecida Bodega Bohemia (no podía
ser en otro lugar) con un espectáculo claro como el agua: Epístoles. El personaje que creó, un alter ego descreído,
malhablado y siempre cabreado con el mundo, pero a la vez tierno y defensor de
los más débiles, "como admirador del
Evangelio, a mi me gustan más los pobres que los ricos", decía, le
granjearon el favor, la admiración y el cariño del público. Posteriormente
presentó Mes epístoles, Prensamiento (con Joan Lluís Bozzo), L'estat del malestar o L'evangeli segons Carles Flavià. Y así
se convirtió, definitivamente, en uno de los nuestros. Aquella voz incómoda con
todo el poder capaz de decir lo mismo que piensa la mayoría pero no puede decir
en voz alta por miedo a ser despedido, multado, preso o abandonado.
La popularidad de Carles Flavià se disparó con sus apariciones televisivas.
El show nocturno Qualsevol nit pot sortir
el sol, en BTV le convirtió en un personaje conocido por toda la ciudad.
También hizo apariciones en Crónicas
marcianas, de Xavier Sardà, La
ventana, de gemma Nierga y Problemes
domèstics, de Manuel Fuentes, otro gran amigo suyo. En el cine actuó en Lisistrata, de Francesc Bellmunt; Lola Vende, ça, de Llorenç Soler; Excuses, de Joel Joan; Soy un pelele, de Hernán Mygoya o Ha llegado el momento de contarte mi secreto,
de Iván Morales, entre otras. Últimamente había aparecido en El ministerio del tiempo.
Sus incontables amigos despedirán a Carles Flavià el lunes a mediodía en el
tanatorio de Sancho de Ávila; los vecinos del barrio del Raval le echaran en
falta siempre.
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