Un periódico portugués de 1961 publicaba el siguiente anuncio: "Novedad literaria, Pere Calders (el poeta
del absurdo cotidiano). Por primera vez editado en Portugal, acaba de aparecer
en traducción de Manuel de Seabra el gran escritor catalán Pere Calders, que la
crítica compara con Poe, Kafka o Chamisso por la extraña ambientación en la que
discurren sus cuentos, entre los cuales figuran verdaderas obras maestras de la
literatura fantástica". Corrían tiempos difíciles para la cultura
catalana. El franquismo de había instalado, ya no solo en la calle, sino en las
mentes. Barcelona era una ciudad gris y por sus calles la gente pasaba sin
mirarse ni mirar hacia los lados. Lisboa no ofrecía un panorama mucho más
halagüeño, pero ahí había alguien empecinado en demostrar que las culturas
ibéricas podían construirse conociéndose entre ellas y tendiendo puentes al
margen del relato oficial del autoritarismo dominante. Manuel de Seabra (Lisboa
1932), el portugués que más amó Catalunya, falleció el pasado lunes en
Barcelona, una ciudad que él también contribuyó a hacer más luminosa, a los 84
años de edad.
Manuel de Seabra llegó a conocer el catalán a mediados de los 50 a través
del interés por el esperanto. En 1954 ya publicó una primera antología de
literatura catalana en portugués, y veinte años después una de novísima poesía.
La conexión estaba hecha: Agustí Bartra, Félix Cucurull, Salvador Espriu o
Víctor Mora, además del ya citado Calders, fueron algunos de los autores
catalanes traducidos por Seabra. En las jóvenes generaciones que se iban
incorporando al antifranquismo, el iberismo, esa quimérica idea de acercamiento
hasta la unión de los pueblos de la península, simplemente no existía. Casi nadie
había leído a Gaziel, y el libro de Cucurull 'Portugal i Catalunya' tenía una
circulación muy limitada. Traduciendo y escribiendo artículos en la prensa
catalana y en la portuguesa, más que reabrir el camino el iberismo decimonónico,
que había acabado en los años treinta con Maragall, Unamuno, Joaquim Casas,
Almada Negreiros, Orpheu y la Generación del 27, Manuel de Seabra contribuyó a
vertebrar un nuevo marco de diálogo entre las culturas catalana y portuguesa
que ha dado una nueva hornada de lusófilos como Sebastià Bennasar, Jaume
Benavente o Lluís Anton Baulenas, además de Joaquim Sala-Sanahuja, estudioso de
la obra de Cucurull y de la de Seabra.
Manuel de Seabra era un hombre de su tiempo: inquieto, curioso y convencido
de que las lenguas eran el mejor vehículo de conocimiento: Viajó por Suecia,
Dinamarca, Bélgica, Alemania, la Unión Soviética, Reino Unido y Brasil, y fue
locutor de la BBC entre 1963 y 1971. Posteriormente fue corresponsal del diario
Avui en Portugal, mientras traducía los autores catalanes a su lengua materna.
Pero en 1980 se instaló definitivamente en Barcelona, donde tradujo al catalán
autores imprescindibles de la literatura universal como Henry Miller, Jack
Kerouac, Tom Wolfe, Tolstoi, Maiakivski, Bulgakov y los lusos Miguel Torga,
Fernando Pessoa o Jorge Amado.
Tras publicar el primer 'Diccionari Portuguès-Català', comenzó a usar el
catalán como lengua de creación literaria. 'Els exèrcits de Paluzie' (1982), 'Conèixes
Blaise Cendràs?' (1984), 'Paisatge amb figura' (1986), 'Fer senyors a la Plaça
Roja' (1986), 'El dia que Jesús va triar Judes' (1995) y su útlima novela, 'Odieu-vos
els uns als altres' (2004). Su obra ha sido traducida al catalán, al portugués,
al esperanto, al ruso y al ucraniano. En el 2001 recibió la Creu de Sant Jordi.
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