Uno de los grandes hitos de la televisión privada ha sido convertir lo que
se llamaba crónica de sociedad en un mercadillo de vergüenzas personales que se
exponen al sol como bragas de a tres euros la docena. Las teles querían carnaza
al precio que fuera, y un atajo de supuestos famosos les vendieron desde las
ecografías de sus vástagos hasta el sudor de una noche loca. Así ha ido
creciendo un circo comunicativo que satisface el morbo de millones de estúpidos
y llena los bolsillos de unos pocos espabilados. Es la tele de hoy en día, un
modelo que se languidece, pero que todavía da mucha pasta y unos cuantos
tinglados hipotéticamente escandalosos.
Ante esta perspectiva, aquellos cronistas de sociedad de antes optaron por
a) reconvertirse al sarao dominante, b) jubilarse a whiskies y escribir unas
memorias a medio camino entre la ficción soñada y la dura realidad o c)
mantenerse fiel a los principios deontológicos del sector, es decir, cortesía y
buen tono. Julià Peiró (Ripoll 1938), que falleció el viernes en Barcelona tras
seis años de luchar contra el cáncer, fue uno de los pocos periodistas de
sociedad que siguieron haciendo este género de crónicas con la (antes)
imprescindible dignidad del comunicador, por cambiantes que fueran los tiempos
televisivos impulsados, como siempre, por el dinero. Los famosos que entrevistó
y el auditorio que los vio siempre se lo agradecerán.
Peiró comenzó en los sesenta escribiendo reportajes sobre la Nova cançó y
la música moderna de la época, pero se dio a conocer cambiando la Tierna es la
noche de Scott Fizgerald por su propia y original Larga es la noche. Así, en
1978 participó en el nacimiento de El Periódico de Catalunya con una crónica
noctámbula que tenía un pie en los espectáculos y otro en el famoseo local. Un
tiempo después trocó la cámara de fotos por la de vídeo y comenzó a hacer
crónica de la noche catalana para los Telenoticies de TV3. Tanto en el diario,
primero, como en la tele después, Julià Peiró practicó una fórmula moderna y
valiente que, gracias a un estilo ligero pero sin ningún exceso ni vulgaridad,
supo combinar el tono jocoso de la fiesta con el (entonces) imprescindible
rigor periodístico.
Evidentemente todo eso dirá muy poco a muchos jóvenes estudiantes de
periodismo de hoy en día, que se cortarían un brazo en directo con tal de
triunfar un minuto en prime time, pero
sin ese estilo, mitad alegre y la otra mitad sobrio, las cámaras de televisión
de los años ochenta jamás habrían entrado en casa de Xavier Cugat, Bárbara Rey,
Sara Montiel o Núria Feliu. Y sin la clase, cortesía, simpática amabilidad nada
sumisa y educación que Peiró desplegó en aquel impagable 'La casa dels
famosos', muchos años después no hubiera existido 'El convidat', de Albert Om,
o 'Mi casa es la tuya', de Bertín Osborne. Julià Peiró hizo el molde del tono y
trato que debían tener estos programas. Luego, algunos productores ambiciosos y
no pocos famosos vendidos, lo dinamitaron imponiendo formatos más próximos a la
casquería que a les relaciones entre humanos.
Y puestos a dignificar oficios y gentes, Peiró escribió dos biografías de
la popular señora Rius, la madame por excelencia de Barcelona, además de libros
sobre restaurantes, comercios del barrio de Sants, o una suculenta crónica
golfa de la transición titulada 'Anys de pit i cuixa', un libro divertido,
sorprendente y, sobre todo, elegante. Actualmente presentaba el programa 'Viure
cada dia' en El Punt Avui TV.
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