En tiempos digitales de liquidez y liquidación, hablar de la poesía como un
instrumento para remover conciencias puede resultar fatuo. Se editan y venden
pocos libros y el público que suele llenar los recitales busca solo la
experiencia estética (o sentimental) del momento. Pero hubo un tiempo en que
eso no fue así. Gabriel Celaya puso en verso el compromiso político de una
generación de escritores y la poesía que se editaba, fotocopiaba, recitaba e
incluso vendía, era realmente una propuesta de ensayo para un futuro digno.
José Batlló era uno de aquellos agentes que, desde todas las trincheras
literarias, hicieron que la poesía estuviera en la vanguardia de la
transformación social y política de España. Batlló, nacido en Caldes de Montbui
(Barcelona) en 1939, falleció el martes a los 77 años.
Criado y crecido en Sevilla, Battló comenzó allí sus andanzas culturales.
En 1962 creó La Trinchera (frente de poesía libre), revista de la que publicó
tres números y en la que se atrevió a dedicar un número a Alberti. Siguió con
La píldora (1967) y, a partir de 1972, Camp de l'Arpa, una revista qué,
dirigida por Juan Ramon Masoliver, despertó muchos jóvenes intereses
literarios. A su vuelta a Barcelona, en 1963, comenzó a trabajar en el proyecto
de El bardo, la colección de poesía que fundó al año siguiente y que mantuvo
durante una década. En El bardo publicó a Aleixandre, Max Aub, Espriu, Pere
Quart, Celso Emilio Ferreiro, Valente, Ángel González, Vázquez Montalbán, Pere Gimferrer
o Antonio Carvajal.
Entre edición y edición dedicó tosas las horas que arrebataba a la noche a
trabajar en su propia obra poética: Los sueños del cajón (1961), La mesa puesta
(1964), Tocaron mi corazón (1968), Primera exposición (1979) y Canción del
solitario (1971). Con El bardo (1964-1974), memoria y antología, Batlló cerró
un ciclo en el que el poeta y el editor fueron un único proyecto vital,
intelectual, literario y político. Además escribió en Triunfo con el pseudónimo
de Martín Vilumara y redactó una Anología de la nueva poesía española (1969),
Narrativa catalana de hoy (1970) y Poetas españoles contemporáneos (1974).
En 1993 José Batlló creó en Barcelona la librería Taifa, que también fue
editorial. Situada en pleno barrio de Gracia, Batlló hizo de Taifa una librería
de referencia. A cuatro pasos de los cines Verdi, de cuando eran las mejores
pantallas de la ciudad y las únicas que proyectaban en V.O., el callejeo del cine a la librería, pasando por alguno de
los bares del barrio (el Canigó, en la esquina con la plaça de la Revolució,
por ejemplo), eran un auténtico eje del mal, un hervidero de ideas, versos,
proyectos, y sueños en los que la cultura todavía tenía un lugar en la mente de
los que poblaban aquel dédalo de calles.
Batlló dejó la Taifa en 2013. Jordi, Roberto y Montse, siguen batallando
cada día para que la literatura mantenga un ápice de esa capacidad para remover
conciencias con las que construir un futuro digno, aquello a lo que José Batlló
dedicó la vida. Y aunque nunca hubiera aceptado homenajes ni reconocimientos,
eso es quizás lo mejor que se puede hacer en estos tiempos de liquidación.
Algunos lo aprendimos de él.
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