"Aquel que muera
dando la mano a la persona que ama siempre actuará mejor que el que no lo
haga." Así terminaba uno de los últimos artículos publicados por Alfons
Quintà (Figueres 1943), y que tituló 'La
suerte de morir cogiendo la mano amada'. Premonición del macabro desenlace
con el que el lunes puso final a su vida y a la de su esposa, Victòria Bertran?
Los viejos manuales académicos decían que el periodista jamás había de erigirse
en protagonista de la noticia; pero ese precepto no fue jamás con el carácter
tempestuosos e imprevisible de Quintà. La vil forma de actuar en la última
noticia de su vida lo atestigua.
Periodista, abogado y marino mercante, Alfons Quintà fue el creador de
los primeros programas en catalán en Radio Barcelona antes de convertirse en el
delegado de El País en Catalunya. Fue en este periódico donde publicó las
primeras informaciones relativas a la investigación de la Fiscalía General del
Estado sobre la gestión de Banca Catalana, que posteriormente dieron paso a la
querella contra Jordi Pujol. Que cada uno lo entienda como quiera, y de hecho
no han sido pocas las interpretaciones, pero poco después el propio President
lo fichó como director de la futura TV3; la primera, más importante e
influyente de las televisiones autonómicas. La voluntad de Quintà de crear un
medio potente y de primer nivel, sin tics antropológicos y capaz de codearse
con TVE en programación e información, fijó el listón de la televisión en
España. Un listón alto al que intentaron poner todo tipo de trabas (como no
ceder los radioenlaces o impedir su adscripción a la UER), y que se superó
gracias a la convicción de que el modelo era el correcto para crear un servicio
público de calidad. Claro que estas intenciones toparon a menudo con el
carácter convulso y las excentricidades de su director. Quintà fue despedido
meses después de que el canal comenzara las emisiones, y el proyecto siguió más
calmo.
A principios de los 90 el
periodista fue requerido por Lluís Prenafeta, quién había gestado políticamente
TV3 siendo Secretario General de Presidencia, para encabezar un nuevo proyecto
periodístico, el diario El Observador, impulsado por él y financiado por un
grupo de empresarios catalanes. Escrito en castellano pero de línea editorial
próxima a CiU, el periódico tenía como objetivo minar la influyente opinión
pública de La Vanguardia. El peculiar código ético del director prohibía a los
periodistas que acudieran a las comidas de prensa cuando eran convocados,
aunque a veces invitaba a comer a los jefes de área. Tras una larga gestación,
a penas dos meses después de salir a la calle el rotativo, Quintà fue
substituido en la dirección por Enric Canals, el mismo que le había sucedido en
la televisión autonómica. Tras un acúmulo de impagos por unas ventas muy
inferiores a las expectativas creadas, el Observador cerró en 1993.
Entre 1991 y 1992 Alfons Quintà fue
delegado de El Mundo en Catalunya. Además de ser el primero en sacar a la luz
algunos de los negocios de los hijos de Jordi Pujol, también dio a conocer su
obsesión por las patatas fritas y llenó una nevera de tuppers con comida; aunque no todo el personal lo recuerda por este
tipo de anécdotas simpáticas.
En una muestra de humanismo, Quintà
fue asesor científico de la Gran Enciclopèdia Catalana. En 2012 fue nombrado
director del digital El Debat, que poco después se fusionó con Crónica Global.
Colaboró en los diarios Avui, y Diari de Girona, y fue tertuliano en 8TV. Una
carrera tan brillante como abrupto e infame ha sido el final. El juzgado de
Violencia de Género tendrá la última palabra.
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