24/7/12

Esther Tusquets, editora y escritora

Sostiene Jorge Herralde que, de niña, Esther Tusqtets (Barcelona 1936) solo quería leer o escribir; luego, su dedicación al mundo editorial no fue tan azarosa como se ha dicho. Quería leer, quería escribir y su familia tenía posibilidades de ofrecerle ese futuro. Cuando su padre Magí compró Lumen, un pequeño sello editorial creado por familiares suyos en Burgos y dedicado libros religiosos, lo que hizo fue poner en manos de su hija Esther el instrumento necesario. La chica no tenía vocación de editora, pero aceptó y le gustó de inmediato. Al fin y al cabo, la raíz del trabajo de un editor es esa: leer y escribir. Pero los deseos vitales de aquella niña llegaron ayer al final del camino. A pesar de que le había dicho a su hermano, el arquitecto Óscar Tusquets, que quería morir en su casa de la calle Muntaner, Esther falleció ayer en el hospital Clínic de Barcelona por una pulmonía agravada por el parkinson que padecía desde hace unos años.
Quizás lo que no se imaginaba su padre cuando adquirió aquella editorial que instaló sus primeras oficinas en la biblioteca del propio domicilio familiar, era que su hija la convertiría en uno de los sellos progres de la transición, y referencia de la literatura femenina e infantil. Autores como Virginia Woolf, Margaret Atwood, Susan Sontag o Quino (Mafalda, el gran revulsivo económico del sello), forman parte del acerbo cultural de varias generaciones gracias a la osadía de Esther. Con estos autores, y otros como Umberto Eco, Beckett, Styron, Woolf, Joyce o Céline, Tusquets contribuyó a la universalidad del castellano al incorporar a esta lengua un catálogo canónico de obras internacionales. Lo mismo hizo con Femenino singular, la primera colección dedicada exclusivamente a la literatura de mujeres o con la colección de poesía, género reñido con el negocio. Pero no puedo evitar el encontronazo con su cuñada, Beatriz de Moura, y en 1969 esta y su marido Óscar crearon el sello Tusquets abandonando el barco familiar.
Pero Esther Tusquets no olvidó jamás su idea de leer y escribir. Con 40 años, reunió un día a sus amigos en casa y les presentó su primera novela, ‘El mismo mar de todos los veranos’ obra que, a pesar de que su autora decía que tenía un estilo latoso y complicado, tuvo un merecido éxito y anticipó una carrera literaria clave para entender el papel de la burguesía barcelonesa en el franquismo y la transición. Su literatura tiene en este título y ‘El amor es un juego solitario’ y ‘Varada tras el último naufragio’, con las que forma una trilogía, uno de los relatos más potentes, desde el punto de vista evocativo, para explicar la transformación de la sociedad catalana durante la segunda mitad del siglo XX. Si a ello le unimos sus libros autobiográficos como ‘Bingo!’ ‘Habíamos ganado la guerra’ o ‘Confesiones de una vieja dama indigna’, donde relata episodios íntimos de su vida con una sinceridad radical y sin ningún tipo de tabú, la literatura de Esther Tusquets se nos ofrece como la narración del testimonio de toda una vida que trascurre entre el fin de la guerra, la democracia y la modernidad, con especial énfasis en la revolución del papel social de la mujer. La memoria como instrumento de conocimiento.
Así, entre lectora, observadora y autora, Esther Tusquets consolidó un proyecto editorial basado en una personalidad y criterio acertados, pero cada día más alejado de los nuevos paradigmas de la industria cultural. Como con la globalización y la industria del entretenimiento el negocio editorial se había vuelto huraño para ella, tecnificado y más cercano al márquetin que a la literatura, y no encontraba a nadie que supiera llevarlo, en 1996 decidió venderlo a Bertelsmann. El primer título que editaron los nuevos propietarios fue Mujercitas. Sílvia Querini, la directora, recogía el testigo y, a pesar de la forma abrupta como Esther dejó el sello (según cuenta ella misma) la idiosincrasia del sello estaba garantizada.
En su último libro, ‘Tiempos que fueron’, escrito a cuatro manos junto a su hermano Óscar, no sólo descubrió cosas de su pasado que ni sospechaba, sino que le permitió saldar algunas cuentas con la memoria familiar. Una especie de pasar página, cerrar ventanas y dejar la casa en orden. Tenía sensación de final.