16/4/14

Albert Manent, activista por la lengua, la cultura y el país

Cada sábado santo veía a Albert Manent entrar por el camino de casa y detenerse un buen rato a charlar con Joanet del tiempo, las nubes y las mil y una cosas del campo. Le preguntaba por algunos nombres perdidos de las labores tradicionales de la huerta o por como se lo hacía para mantener sus antiquíssimos aperos de labranza todavía en uso (creo que Joanet fue el último agricultor del país en usar animales de tiro). Después saludaba a Carme y le pedía información sobre las cosas del pueblo. Ya saben, más muertos que nacimientos a estas alturas de la vida. Un año trajo un pequeño libro que acababa de publicar: 'Els núvols del Maresme'. Era, en parte, fruto de muchas de aquella charlas de Pascua con la gente de su pueblo, Premià de Dalt. Albert Manent, que ayer falleció en Barcelona a los 83 años de edad, era un hombre terriblemente curioso, preguntón, vivaz, siempre atento y despierto, 'tastaolletes' (catacaldos), como a él le gustaba definirse. Como han de ser los sabios.
Hijo del poeta Marià Manent, Albert se definió siempre como noucentista, por eso reivindicaba su ironía fina i inteligente. Escribió dos volúmenes de poesía, Hoste del vent (1949) y la nostra nit (1951), pero lo dejó por prescripción paterna. No se si se perdió un buen poeta, pero lo que se ganó fue uno de los mejores estudiosos y divulgadores de la lengua y la cultura catalanas. Él dio a conocer en profundidad la obra de Carels Riba o J.V. Foix, a quién visitaba cada semana. escribió biografías sobre ellos en 1963 y 1993, respectivamente, y también sobre Josep Carner (1969), por el qeu obtuvo el premio Serra d'Or, Jaume Bofill i Mates i Gerau de Liost (1979), Solc de les hores, retrats d'escriptrs i de polítics (premio Josep Pla 1987) o sobre su padre, Marià Manent, obra que le valió en 1995 el premio Ramon Llull, cuando este premio era serio.
Albert Manent era un hombre que lo quería saber todo. Conocía a todo el mundo y, a quién no, no dudaba en presentarse. Un día de primavera de 1986 se personó en mi despacho en el Departament de Cultura. Él era director general y, a lado de su añorado Max Cahner, uno de los elementos fundamentales en la recuperación de la estructura de política cultural de la Generalitat. Yo era el modesto nuevo jefe del gabinete de prensa. "Hola, me hace mucha ilusión que en Cultura haya dos escritores de Premià de Dalt", me dijo dándome la mano con absoluta franqueza y confianza. Y después preguntó. Lo preguntó todo: como había ido a dar allí, que planes tenía con respecto a mi trabajo, si tenía amigos en el Departament, en qué libro estaba trabajando o como estaba la cosecha de patatas de Joanet... Desde aquel día no hubo mes en que no fuéramos a comer al Cerle Artístic de Sant Lluc. Y tras la comida, la charla en las butacas del salón, las preguntas, la información, la curiosidad. Era así como Manent recopilaba datos para libros de una erudición, no solo libresca, sino vivida y por la qué le concedieron en 2011 el Premi d'Honor de les Lletres Catalanes: La literatura catalana a debat (1969), La literatura catalana a l'exili (1976), escriptors i editors del Nou-cents (1984), Del Noucentisme a l'exili (1997) o su último Crónica política del Departament de Cultura 1980-88, por el cual tuvimos un desafortunado desencuentro que siempre lamentaré.
Cuando el viernes me llamó su hermana, Fina, para decirme que operaban de urgencia por cuarta vez a Albert, recordé que la fortaleza intelectual y humana de este sabio provenía en buena parte de sus ansias de vivir. Eso y otras cosas había aprendido de él en nuestras largas charlas. Pero esta vez no pudo ser.