6/12/09

LA VARA DE MEDIR LA CATALANIDAD

Jordi Solé Tura, uno de los ponentes de una Constitución pensada para que cupiéramos todos por diferentes que seamos, según dijo él mismo, y de un Estatut que dio a Catalunya uno de los mejores períodos de su historia, fue muy injustamente tratado por el catalanismo. La hagiografía post mortem es tan ridícula como inútil i no sirve ni para reivindicar ni para acallar la mala conciencia. A pesar de ello ayer TV 3 trató de forma estelar el fallecimiento del ex ministro, y IC V (sic?) mandó un e-mail comunicando a propios y allegados la apertura de la capilla ardiente del antiguo militante del PSUC defenestrado de la memoria histórica del partido cuando decidió darse de baja de una organización que ya no servia a la sociedad. El paso del tiempo construye este tipo de raras metáforas.
A pesar de que, en sus años infantiles, Jordi Solé Tira y mi padre habían sido vecinos y compañeros de juegos en su Mollet del Vallès natal, no le conocí personalmente hasta el día siguiente de tomar posesión como titular del ministerio de Cultura. Pedí una entrevista para mi periódico de la época y (en tanto que pequeño y periférico) me dispuse a esperar mi turno. A penas unos minutos después llamó su jefa de prensa con una pregunta intrigante apara ella: -“El ministro me dice que te pregunte si eres el hijo del Vallbona de Mollet.” A la mañana siguiente, en su despacho de la plaza del Rey, charlaba con el flamante ministro de los amigos de la infancia, de los años en su pueblo y de como los avatares de la vida le llevaron mucho más lejos de lo que él quería. Aquel día entendí que el compromiso político de la familia Solé Tura (extensible a su sobrina Montserrat, consellera de justicia de la Generalitat), iba mucho más allá de la política en el sentido moderno del concepto. De hecho considero que la participación activa en política fue en Jordi una expresión generacional como lo fue en los jóvenes Jordi Pujol o Pasqual Maragall. Solé Tura era de esa quinta que no entendía la vida sino era como servicio a un país a través de unas ideas. Ese proyecto hizo muy difícil la vida de la familia y la suya propia durante la posguerra y el franquismo. Fueron años muy duros, pero compensados con la recuperación de la democracia y, para su acerbo personal, por su participación como ponente de la Constitución primero y del Estatut de Catalunya después. Aquella mañana en el ministerio pude ver como los ojos se le humedecían tras los cristales de sus eternas gafas al recordar aquellos momentos, los “más ricos y plenos de mi vida”, insistió siempre en reconocer.
Pero a menudo el devenir juega malas pasadas, y tras ser vilipendiado por sus ex compañeros cuando abandonó un PSUC a la deriva, tuvo todavía que soportar la injusticia con que lo trató el catalanismo al impedirle asistir en calidad de ministro de cultura a la Nit de Santa Llucia que se celebró en Barcelona unos meses después de que habíamos charlado de su amor por el país y por su pueblo natal en su despacho de la fea sede del ministerio. A aquella fiesta asistieron invitados por Òmnium Cultural algunos antiguos fascistas reconvertidos al catalanismo por interés, claro. Es así como este país suele tratar a menudo a algunos de mejores sus hijos. Otra extraña metáfora del paso del tiempo.

Publicat a El Mundo del Siglo XXI